Como la mayoría de ustedes saben he dedicado gran parte de mi vida a la educación y naturalmente tener un niño bajo mi cuidado también nos ha proporcionado una serie de experiencias y conocimientos que sin duda pueden ser útiles para quienes se encuentran lidiando con la crianza de sus hijos pequeños y que también se encuentren dedicados a la educación de alumnos cuyas edades son menores a los cinco años, por ello, frente a la invitación de un biblioteca
virtual, me animé a escribir un poco respecto a los límites que los padres
debemos ponerle a nuestros hijos, cuando estos estén con dos años de edad, pero
como siempre procuro hacerlo, cito un caso hipotético:
Imaginemos la siguiente escena:: estás en casa, trabajando en tu
escritorio, tu hijo de 2 años se acerca a ti con su libro
favorito. Él quiere que le leas a él. Le dices dulcemente que no
puedes en este momento, pero que le leerás lo que desea en una hora. Él comienza
a hacer berrinches. Lo siguiente que sabes es que está sentado con las
piernas cruzadas sobre la alfombra, llorando incontrolablemente..
Muchos padres se sienten perdidos cuando se
trata de hacer frente a las rabietas de los niños pequeños. Lo quede
parecer que no estás llegando a ninguna parte porque tu hijo no te está
escuchando.
Muy a menudo, por más que les digamos a nuestros niños que tal o
cual objeto no debe tocarse o que algo no debe hacerse, debido a su curiosidad
acrecentada por la prohibición, insiste en querer hacerlo, a pesar de estar
consciente que su acción nos molestará o perturbará.
Si los amamos enseñémosles los límites.
Creer que decirle “no” a un niño lo pondrá triste, es una idea
errada. Al contrario, cuando no ponemos límites es cuando sentirá que no es
querido porque lo relacionará con la falta de atención. Para desarrollarse,
necesita reglas y normas que deben respetarse. Al dar demasiada libertad para
elegir, sumergimos a nuestros niños en una situación de inseguridad. Por ejemplo
ejemplo, preguntar a un niño menor de tres años que quiere comer, puede ser un
gran error porque transmitimos la idea de que nosotros no sabemos algo tan
importante y en ellos se convierte en una idea aterradora de que no podremos
protegerlos o proveerles lo necesario.
Aprender las reglas es un proceso que comienza a partir del
primer año de vida, y es el momento de explicar lo que está prohibido, lo que
se puede y lo que no se puede hacer; porque es por medio de la prueba de
frustración la forma en que se incorporan las reglas.
¿Por qué es importante poner límites?
Veamos porqué los límites son tan necesarios para el desarrollo
de los niños.
1. Enseñan a tolerar la frustración.
Es primordial poner límites a los deseos de los niños y
enseñarles a tolerar la frustración. Si decimos “sí” a todo, corremos el riesgo
de criar niños que se considerarán “todopoderosos” y que no conocerán un límite
a sus deseos, algo que los llevará a no poder tolerar ninguna frustración. Esto
puede acarrear serias consecuencias en su salud psíquica, así como en sus
futuras relaciones con los demás.
2. Enseña a vivir en sociedad.
El niño debe incorporar estos límites para integrarse a las
reglas de la vida social y poder vivir en sociedad sin mayor dificultad.
Establecer límites a un niño, es también enseñarle a sociabilizar, a vivir y a
compartir con otras personas.
3. Establece puntos de referencia.
Los niños deben aprender lo que está permitido y lo que no está
permitido. Esto les permite entender cuáles son los puntos de referencia para
forjar una personalidad y aprender a entender la personalidad de otros.
4. Favorece la autonomía.
Buscando límites externos, los niños dan prueba de su voluntad
de aprender a controlarse y de incorporar límites para sí mismos. De esta
manera, es que solicita la intervención del adulto para que establezca estos
límites que irá incorporando poco a poco. Al establecer reglas para un niño,
los adultos favorecemos su autonomía. El niño repetirá el comportamiento hasta
que haya comprendido cuáles son los límites. Esto lleva tiempo, paciencia por
parte de los padres, así como una repetición reiterada de las explicaciones.
5. Contribuye a la seguridad psíquica.
Los niños pequeños necesitan encontrar estos límites externos
sobre todo cuando se sienten inseguros. Necesitan asegurarse la solidez de los
adultos probándola en sus propios límites.
Cuando buscan romper las reglas, los niños en cierta forma nos
están preguntando: “¿eres lo suficientemente fuerte y sólido para que yo pueda
contar contigo?” Si los adultos reaccionan de manera serena estableciendo
límites en eso que demanda el niño, y explicándole el porqué de las cosas, se
sentirán seguros y confiados.
Algunos niños, particularmente ansiosos e inseguros, pueden
repetir estos comportamientos durante mucho tiempo manifestando de esta manera
una necesidad de seguridad constante. Si el adulto pierde el control de sí
mismo gritando o recurriendo a la violencia física, entonces se mostrará menos
fuerte frente al niño y en este caso, corremos el riesgo de reforzar su
comportamiento haciendo que su sentimiento de inseguridad persista.
¿Cómo imponer los límites?
Este es el principal interrogante cuando hablamos de los límites
que debemos imponer. Todos sabemos que las reglas existen y los niños pequeños
no están exentos de tener que cumplirlas, pero también es verdad que muchas
veces no sabemos cómo establecerlas.
Los niños necesitan explorar los límites y la tolerancia de los
adultos que los rodean, en especial, porque desde muy temprana edad saben que
deben comportarse de manera diferente dependiendo del adulto con el que
interactúen.
Mantenerse firme y con autoridad frente un niño que rompe las
reglas todo el tiempo, es importante y aunque parezca increíble, ya con tan
sólo dos años son capaces de tener estos comportamientos. El niño nos demuestra
así que necesita de los límites del adulto, porque con eso prueba la solidez y
la fortaleza de sus padres.
Como padres, es fundamental saber por qué decimos “no” a un niño
con el fin de imponer límites de manera coherente y de adaptar nuestro lenguaje
a la edad para que puedan entenderlo.
Mantener una actitud calmada pero firme. Ser determinante y
mostrarse convencido del límite que queremos establecer y de la utilidad de
hacerlo.
Intervenir inmediatamente luego de un comportamiento inadecuado,
acercándonos al niño, ubicándonos a su altura y explicándole de manera
tranquila por qué no debe hacer eso.
Dar prueba de afecto después de la explicación, para hacerle
entender al niño que establecer límites no quiere decir que no se lo quiera,
sino más bien todo lo contrario.
Reservar
la autoridad para aspectos importantes. Esto quiere decir que si decimos de manera permanente “no” sin
tener claro exactamente por qué lo hacemos, las reglas se vuelven ineficaces,
por lo que es necesario establecer ante que situaciones ponderaremos la
firmeza.
Adoptar reglas comunes y compartidas por parte de los padres o
de los adultos que están a cargo del niño. Es importante transmitir un mensaje
claro y coherente de quienes lo educan, para establecer puntos de referencia
estables y que las reglas para él sean claras.
Cuando un adulto dice que no a algo y luego otro adulto dice que
sí a lo mismo, sometemos a los niños a una situación de inseguridad y de falta de
autoridad.
¿Qué ocurre a la hora de corregir los malos
comportamientos?
Es importante no proferir amenazas inútiles. Si el niño está
atravesando una crisis y no logra calmarse solo, podemos intentar excluirlo en
su habitación, diciéndole que está en penitencia y que vendremos a buscarlo más
tarde. Si a pesar de eso, continúa nervioso y enojado, la solución es extender
el tiempo de exclusión. No debemos dudar en utilizar la penitencia (que no debe
superar unos pocos minutos) para hacer entender que se ha quebrado una regla o
se ha traspasado un límite. El efecto recae sobre el hecho de establecer una
penitencia y no tanto en el tiempo que dura.
En todo caso, es importante mantener una actitud firme, que
trasmita autoridad y respeto. La mejor forma de enseñar es siendo un buen
ejemplo y un buen punto de referencia como padre o madre.
Es posible que en ocasiones nos sintamos superados por la
situación. Ante lo cual no debemos desesperarnos, somos humanos y no existen
las escuelas para padres. Todos vamos aprendiendo en el camino, pero si tenemos
claro que queremos lo mejor para nuestros hijos, recordemos que establecer
límites está directamente relacionado con el amor y el cuidado.
No dudes en buscar apoyo en familiares amigos y profesionales
cuando sientas que debes tomarte un respiro, recargar baterías y volver a
ejercer tu rol de padre o madre, que son las personas más importantes para un
niño.
Bajar los brazos frente a la rebeldía.
Esta actitud suele aparecer cuando ya nos sentimos cansados de
repetir siempre lo mismo asumiendo que el niño no entiende. Algunos niños
tienen tan poca seguridad interior que buscan los límites permanentemente.
Nunca debemos privarlos de ellos porque los límites siempre brindan seguridad a
los niños.
Mostrarse vacilante.
Por muy pequeños que sean, los niños son sumamente intuitivos y
captan inmediatamente si estamos dudando a la hora de poner los límites. Es
importante preguntarnos por qué estamos dudando a la hora de establecer reglas.
Tal vez descubrimos que no hay una buena razón para poner un límite, porque nos
sentimos mal o porque nos sentimos culpables.
En este último caso, debemos recordar que los límites son un
acto de amor y de interés hacia los niños. Al contrario, no poner límites a un
niño en pleno desarrollo que es cuando más lo necesita, podría ser considerado
como un acto de negligencia.
Perder la calma (violencia verbal y física).
Es difícil establecer límites, sobre todo cuando se trata de
repetir muchas veces lo mismo a un niño para que pueda incorporarlos por sí
mismo.
Puede suceder que perdamos la calma porque estamos cansados,
porque nos sentimos impotentes o simplemente porque somos humanos.
Cuando perdemos la calma, rebasamos nuestros propios límites y
ya no estamos en condiciones de establecer reglas de manera constructiva para
el buen desarrollo de los niños.
El hecho de gritar, que es muy diferente de levantar la voz con
tono firme, es un signo de que hemos traspasado nosotros mismos nuestros
propios límites. El niño entonces comprende que el adulto perdió la calma y que
utiliza “la agresión” para resolver los conflictos al mismo tiempo que asumirá
que el adulto no es tan sólido como creía. Un niño no entenderá las
explicaciones si están acompañadas de gritos o de gestos violentos. En todo
caso, dejará de hacer lo que hace por miedo y no volverá a hacerlo sólo por
miedo.
Decirle a un niño “eres malo” o “eres insoportable”, tampoco es
una buena estrategia; simplemente porque el niño no es malo, sino que en todo
caso tuvo “un mal comportamiento”. Lo reprensible es el acto y no la persona
que lo comete.
Cuando un niño escucha que le dicen que es malo, corre el riesgo
de convertirse realmente en alguien malo por que construye su personalidad en
función de la mirada del adulto.
Tampoco el castigo corporal es buen consejero. Los niños también
comprenderán de esta manera que hemos perdido la calma y que los adultos
utilizamos la agresión física para resolver los problemas. Si esto gestos
violentos se repiten, el niño aprenderá a resolver los problemas con estos
comportamientos y utilizará la violencia y agresión para tener el control de
las situaciones, es decir, en lugar de haber formado a nuestros niños, los
estaremos preparando para engrosar los índices de violencia que ya todos
conocemos.
Ricardo
Rivas Pizarro.
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