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EL PSICOANÁLISIS Y LA EDUCACIÓN

Quienes trabajamos con niños o adolescentes, lo hacemos con el convencimiento de transmitirles conocimientos por un lado e imprimirles valores por otro lado, lo que desde ya parecería la realización de la profesión docente. No obstante ello, siempre han existido diversas formas de control y represión cuando de abordar los temas vinculados a la sexualidad se trató, las formas de control y represión fueron asumidas por las instituciones formales que existieron en el sector de educación.

Hoy sin embargo, la situación empieza a cambiar de manera progresiva por la misma sucesión de acontecimientos protagonizados por los docentes y/o educandos, quienes por la ausencia del enfoque integral de la que debería estar provista todo proceso educativo, se han visto involucrados en diversos hechos que no sólo han generado la censura y el repudio social, sino que además, han obligado a los funcionarios del sector ir implementando programas educativos dirigidos a abordar los temas estrechamente relacionados con la sexualidad humana y con otros aspectos que no de forma inapropiada, sino justificada tenían que ser ofrecidos a la comunidad educativa: embarazo adolescente, homosexualidad, planificación familiar, métodos anticonceptivos entre otros.




En el Interés por el Psicoanálisis, Freud (1913, pp. 191-192) destina un apartado al interés que el psicoanálisis despierta para la pedagogía: “El gran interés de la pedagogía por el psicoanálisis descansa en una tesis que se ha vuelto evidente. Sólo puede ser educador quien es capaz de compenetrarse por empatía con el alma infantil (…)”. En Psicoanálisis había producido una importante ruptura, escandalosa, que hoy no sorprende tanto en la medida en que tales tesis se han vuelto evidentes. Se trataba de desmentir la idea dominante de que el niño es un ángel, y sus implicaciones: un sitio distinto al cielo o al infierno (propios de los adultos que han mantenido su templanza frente a la tentación o que han pecado), una “minoría de edad”, una inimputabilidad, una jurisprudencia particular, etc. Para Freud, el niño es un perverso polimorfo: porque tiene fijaciones en forma de goce que se hallan en zonas erógenas que no son los órganos sexuales; y porque esas satisfacciones tienen formas independientes entre sí, que no confluyen, que no se apoyan mutuamente.




Entonces, el psicoanálisis podría tener interés para la pedagogía pues, a diferencia de la manera tradicional de apreciar a un niño que no le reconoce ese estatuto, y pone en su lugar la idea de inocencia, lo considera sujeto de pleno derecho. Cuando habla de “compenetrarse por empatía con el alma infantil”, no se refiere a infantilizarse (así como se entendería hoy: que el adulto se ponga a hacer como un niño), sino a saber lo que es el alma infantil; a saber que el niño no es un santo, que la mirada que lo hace inocente en realidad no le hace un bien, sino que lo oculta. La idea es muy dura: “Sólo puede ser educador quien es capaz de compenetrarse por empatía con el alma infantil”. O sea que los educadores que no saben quién es el niño, que lo creen inocente, una tabula rasa abierta al conocimiento, no entienden con quién están tratando, no saben lo que en él ocurre ... de manera que no saben lo que hacen. Por el contrario, tener empatía con el alma infantil, condición para ser educador, quiere decir, conocer al perverso polimorfo, no suponerlo desde perspectivas deficitarias o santificadoras.



 “(…) y nosotros los adultos no comprendemos a los niños porque hemos dejado de comprender nuestra propia infancia. Nuestra amnesia de lo infantil es una prueba de cuanto nos hemos enajenado de ella”. Según esto, no se puede ser maestro sólo mediante el propósito de serlo, o por haber cursado cierto grado de formación, o por ser mayor. La dificultad para ser maestro estaría en un obstáculo constitutivo del hecho de ser adulto: una enajenación. No se conoce al niño mediante un gesto de buena voluntad: el estatuto de adulto contiene el efecto de la “amnesia infantil”, o sea, el olvido en el que cayó una porción de la primera infancia. Este olvido no es un efecto natural de ciertos procesos: se trata del precio pagado para continuar por el camino de la socialización en la familia. Según Freud, la llegada al mundo no tiene nada de natural: desde la alimentación, comienza a configurarse alrededor del acto de succionar una zona erógena. ¿Cómo explicar, si no, el hecho de que el niño se chupe el dedo, extremidad del que no sale alimento?

Cuando el sujeto (sean estos niños o adolescentes), ha recibido unos límites y, en consecuencia, sacrifica la obtención de la satisfacción sexual con los miembros de su familia, olvida todo ese periodo. Ahora estará volcando hacia adelante: “cuando sea grande …..” . Y en el proceso anterior queda, en términos de Freud, reprimido. ¿Cómo esperar, entonces, que quienes han experimentado la necesidad de olvidar lo que fueron en cierta época para poder construir un camino bajo las nuevas condiciones, cómo esperar que ellos-los adultos-conozcan al niño?. Las ideas que tienen sobre él están condicionadas desde ese punto de partida. Por eso, Freud señala que nuestras valoraciones y nuestros procesos de pensamiento distan de la vida anímica del niño. No se trata, entonces de pensamientos equivocados, sino de maneras de pensar, independientemente de lo que se piense.



“Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis, hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil (…)”. El obstáculo que el maestro tiene para comprender al niño, su propio paso por esa época, se desmontaría mediante una “familiarización” con los resultados del psicoanálisis. En otras palabras, una posición frente a la infancia puede ser removida mediante una comunicación de los resultados de esa disciplina. Una información equivocada se cambiará por una acertada. Pero el asunto es que la primera no es sencillamente una información equivocada, sino un peaje, una manera de asumir el mundo. En todo caso, si los maestros están bien informados, “hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil” (….) y, entre otras cosas, no correrán el riesgo de sobrestimar las mociones pulsionales socialmente inservibles o perversas que afloren en el niño”. En el niño aflorarán unas mociones pulsionales que no van a revertir en una utilidad social (chuparse el dedo, por ejemplo); y otras de tipo perverso (el exhibicionismo, por ejemplo). Entonces, según el maestro Freud, si el maestro sabe el sentido de estas mociones pulsionales, no las va a juzgar como pérdida de tiempo o como algo malvado o diabólico que debe ser extirpado, castigado. En muchos casos, se trata de algo que no puede no pasar: es indefectible que el niño atraviese una etapa sádica, que retenga las heces, que quiera verificar el sexo de los demás, etc. Si el maestro lo sabe, no sobrestimará esas manifestaciones, lo que sí ocurre cuando no sabe que sí tiene que pasar. Se asusta; y la magnitud del susto no es ajena a la manera cómo fueron tramitadas en él mismo esas mociones.

En resumidas cuentas, no pretendemos que los maestros sean psicoanalistas, pero que sí tengan la formación e información necesaria como para hacer frente a las diversas manifestaciones sexuales y comportamentales de sus alumnos y estar en condiciones de ayudarlos, comprenderlos y contenerlos de acuerdo a la dimensión de estas expresiones.


                                                                                            Ricardo Rivas Pizarro.

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